Hoy, 11 de marzo, se cumplen exactamente diez años del segundo peor accidente nuclear de la historia de la humanidad, después del de Chernóbil. La central de Fukushima, en Japón, pudo resistir el fuerte terremoto originado ese día (el cuarto más fuerte detectado en la Tierra en los últimos 500 años), pero no pudo aguantar los efectos del tsunami desencadenado acto seguido. Como consecuencia, 160.000 personas tuvieron que ser evacuadas y se produjo una emisión de radiación a la atmósfera y también al mar.
Una década después, la vuelta a la normalidad aún parece estar lejana. El Gobierno invierte grandes cantidades para recuperar infraestructuras, descontaminar y atraer de nuevo a los habitantes desalojados en 2011. Pero los científicos siguen encontrando restos de radiactividad preocupantes.
En primer lugar, ¿qué fue exactamente lo que sucedió?
El terremoto generó un tsunami de 14 metros de altura que llegó a las costas niponas 46 minutos después de originarse. La enorme ola superó el dique de contención de la planta, que tenía solo 5,7 metros. El agua de mar inundó todas las instalaciones y destruyó los generadores de emergencia.
Una fuga de refrigerante provocó tres fusiones nucleares, tres explosiones de hidrógeno y la liberación de contaminación radiactiva en las unidades 1, 2 y 3 de la central entre los días 12 y el 15 de marzo. Ninguna de esas explosiones tuvo lugar en los reactores de la central, por lo que no llegó a producirse ninguna explosión nuclear.
De todos modos, en los días posteriores al accidente, la radiación emitida a la atmósfera obligó al gobierno a declarar una zona de evacuación con un radio de 20 kilómetros. En total, unos 160. 000 residentes fueron evacuados de las comunidades que rodean la planta.
Al mismo tiempo, grandes cantidades de agua contaminada con isótopos radiactivos fueron liberadas en el Océano Pacífico durante y después del desastre. Michio Aoyama, profesor de geociencia de radioisótopos en el Instituto de Radiactividad Ambiental, ha calculado que 18.000 TBq (terabecquerel) de Cesio-137 radiactivo fueron liberados al mar durante el accidente. En 2013, 30 GBq de 137Cs seguían fluyendo hacia el océano todos los días.
La radiactividad persiste
Ahora, coincidiendo con el décimo aniversario de dicho desastre, una nueva investigación que acaba de publicarse en la revista Science of the Total Environmental, revela la presencia de nuevas y grandes partículas (de más de 300 micrómetros) y altamente radiactivas liberadas por uno de los reactores dañados.
Estas partículas, depositadas dentro de una zona que se extiende a lo largo de ocho kilómetros al norte-noroeste del reactor, fueron halladas durante un estudio del suelo a unos 3,9 kilómetros de dichas instalaciones. Según los investigadores, estas nuevas partículas, en cuya composición se han hallado isótopos de Cesio 134 y Cesio 137, reportan altos niveles de radioactividad que superan los 105 Bq.
La investigación, dirigida por el doctor Satoshi Utsunomiya y el estudiante graduado Kazuya Morooka, ambos del Departamento de Química de la Universidad de Kyushu, en Japón, concluyó que estas nanopartículas probablemente tengan su origen en la absorción del cesio que componía el combustible volatilizado del reactor por parte los materiales de construcción que fueron dañados durante la explosión de hidrógeno de la Unidad 1.
«La composición de las micropartículas incrustadas en la superficie probablemente refleje la composición de las partículas en el aire dentro del edificio del reactor en el momento de la explosión de hidrógeno» aclara Utsunomiya.
Por su parte el profesor de la Universidad de Helsinki, Gareth Law, coautor del estudio, añade que «los esfuerzos de limpieza y desmantelamiento del lugar se enfrentan a desafíos difíciles; en particular la eliminación y gestión segura de los escombros, que hoy todavía presentan altos niveles de radiactividad». Es por ello que, dada la alta radiactividad asociada con las nuevas partículas, el equipo del proyecto también estaba interesado en comprender los posibles impactos en la salud.
Sin embargo, no parece haber motivos para la alarma. «A pesar del muy alto nivel de actividad, esperamos que las partículas tengan un efecto insignificante en la salud de los seres humanos, ya que no se adherirían fácilmente a la piel», señala Law en declaraciones a National Geographic. Pero hay que tener en cuenta los posibles efectos sobre otros seres vivos, aclara, que se alimentan en los alrededores de Fukushima.
A pesar de que hayan pasado diez años, la vida media del Cesio 137 es de aproximadamente 30 años, por lo que la actividad de las partículas altamente radiactivas recién encontradas aún no se ha desintegrado significativamente.
En cualquier caso, los científicos advierten de que aún no lo han descubierto todo. Los resultados obtenidos “permiten hacerse solo una pequeña idea de la gran diversidad de partículas liberadas durante el accidente nuclear, por lo que aún se necesita mucha más investigación para obtener una imagen realista del impacto ambiental y sanitario de una catástrofe de estas características”, señalan los investigadores.
Antorcha olímpica en terreno radiactivo
El Gobierno de Japón ha invertido cantidades multimillonarias para recuperar una normalidad que todavía parece muy lejana. Localidades enteras permanecen cerradas y en ellas parece como si el tiempo se hubiera detenido. Como si las enseñanzas de Chernóbil no hubieran sido suficientes, Fukushima ofrece otro ejemplo de lo que ocurre cuando una central nuclear no cumple las expectativas de seguridad que se le suponían.
Se ha querido hacer de Fukushima un símbolo de esperanza y por ello esta región ha sido elegida para acoger el primer relevo de la antorcha olímpica en Japón, el próximo día 25 de este mes, y que ha de culminar en la inauguración de los Juegos de Tokio, el 23 de julio.
El relevo atravesará pueblos como Futaba, Tomioka y Namie, situados dentro del ‘radio maldito’ de 20 kilómetros alrededor de la planta de Fukushima que fue totalmente evacuado. Estas localidades eran consideradas hasta hace un año como ‘zona de difícil retorno’, por los elevados niveles radiactivos existentes, pero parte de ellas han sido ahora declarados habitables de nuevo por las autoridades. Ha sido necesario un gran esfuerzo de limpieza y descontaminación, aparte de renovar una gran cantidad de infraestructuras, sobre todo para animar a la población a regresar.
Sin embargo, la mayor parte de los municipios aledaños continúa teniendo el acceso prohibido por la alta contaminación. Unos 337 kilómetros cuadrados siguen designados como ‘zonas de evacuación’, lo que obliga a mantener desplazadas a más de 36.000 personas, informa la agencia Efe.
Tan solo en 2019 el gobierno regional gastó 233.000 millones de yenes (1.822 millones de euros) en nuevas infraestructuras, como colegios, carreteras o estaciones de tren, además de promoción de sus productos para alejar el estigma nuclear. Pero eso parece estar aún lejos de lograr sus propósitos, porque casi toda la zona sigue siendo un inmenso pueblo fantasma.
Por último, Greenpeace ha señalado, en este décimo aniversario, que solo el 15% de la tierra que debía ser descontaminada lo ha sido realmente. La entidad utiliza los datos del Gobierno japonés, el cual, sin embargo, asegura que la mayor parte del territorio ha sido ya descontaminado.
Greenpeace ha añadido que también sus propias mediciones de radiación en los últimos años demuestran lecturas constantes por encima de los objetivos del Gobierno, incluso en áreas que se han reabierto al público. “La contaminación sigue siendo generalizada y aún es una amenaza muy real para la salud humana el medio ambiente a largo plazo”, asegura la organización en un comunicado.
Informe principal de referencia:
https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0048969721007075?via%3Dihub
Informe Greenpeace: https://www.greenpeace.org/static/planet4-japan-stateless/2021/03/ff71ab0b-finalfukushima2011-2020_web.pdf
Hacer un comentario