Verde y Azul

¿Quieres ayudar a salvar el planeta? empieza por comer menos carne

La carne ha sido un alimento esencial en nuestra evolución como especie. Consumir carne (y aprender a cocinarla) nos aportó grandes cantidades de proteína más fácilmente digestible que la vegetal, lo que hizo que nuestro sistema digestivo no necesitara estar tan desarrollado. Gracias a eso la energía que hasta entonces utilizaban estómago e intestino se invirtió en otro órgano: el cerebro.

La carne es un gran alimento que nos aporta ciertos nutrientes importantes como vitaminas del grupo B, hierro, magnesio, zinc y proteínas esenciales. Pero comemos mucha. Demasiada. Comemos carne a niveles peligrosos, no ya por su influencia en enfermedades cardíacas o cáncer de colon, sino porque está contribuyendo, en gran medida, a hacer la Tierra inhabitable.

Alimentar a toda la humanidad produce alrededor de un 25% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. En otras palabras, un cuarto de todo el calentamiento global es la consecuencia de los hábitos de alimentación humanos.

Y de toda esta cifra, más de la mitad corresponde, directa o indirectamente, al consumo de carne.

La gran producción de carne es preocupante hoy y parece que lo seguirá siendo en el futuro, ya que su consumo continúa aumentando. Los países occidentales consumimos excesivamente y los países en desarrollo demandan cada día más. Así que, si tenemos en cuenta que ya somos cerca de 8 mil millones de personas, el problema está servido.

El 27% del terreno del planeta se usa para la ganadería

Resulta muy ilustrativo también conocer el dato sobre cuánto suelo necesitamos para comer. De toda la superficie terrestre que no está sumergida bajo las aguas, el 34% se destina a la agricultura y la ganadería, siendo un 7% el terreno utilizado para cultivos de consumo humano, el resto, un 27% del terreno de nuestro planeta, se usa para la ganadería, ya sea como granjas, pastos o, como ocurre en la mayor parte, cultivos destinados a la alimentación del ganado.

Estamos hablando de una superficie similar a toda América (Norte, Central y Sur) enfocada única y exclusivamente a la producción de carne y lácteos.

Además, el uso tan amplio del suelo lleva consigo una utilización excesiva de agua dulce y su eutrofización, más la consiguiente eliminación de enormes superficies de bosque y selva, y acidificación de la tierra con sus consecuentes y muchas veces irreparables daños.

En 2018, en la prestigiosa revista científica Science, se publicó un artículo del que se deriva una clara conclusión: consumir productos animales en tanta cantidad está provocando una catástrofe. Esta conclusión puede complementarse con otro dato del mismo año, en Estados Unidos (y aún sin datos para 2019). Y es que fue 2018 fue el año con más consumo de carne per cápita.

Para el artículo al que hacemos referencia, Poore y Nemecek analizaron datos de 38.700 granjas de todo el mundo, además de datos de contaminación asociada a procesadoras, empaquetadoras y minoristas. Se centraron en 5 aspectos principales que afectan al cambio global:

– Emisión de gases de efecto invernadero
– Acidificación
– Eutrofización
– Superficie de tierra utilizada
– Volumen de agua usado para la producción.

El estudio confirmó de manera tajante lo que ya se sabía en la comunidad científica desde hace años, y es que la producción de carne a este nivel es insostenible.

Entre el mar de datos obtenidos se destaca principalmente el gran nivel de contaminación que provoca la ganadería respecto de la agricultura. Para que todos nos podamos hacer una idea de la dimensión de lo que estamos hablando, deberíamos saber que para obtener 100 gramos de proteína de ternera se producen, de media, 50 kg de CO2, mientras que para conseguir 100 gramos de proteína de tofu, sólo se producen 2 kg de CO2. ¡25 veces menos!

La cría de vacas para carne es lo más contaminante

El alimento de origen animal que menos emisiones de efecto invernadero produce son los huevos, que “sólo” emiten 4,2 kg de CO2 por cada 100g de proteína. Y aun así continúa siendo más del doble que el tofu.

Dentro de la propia proteína animal también hay mucha variedad. Las menos contaminantes, aparte de la del huevo, son la de pollo y la de pescado de piscifactoría (alrededor de 6 kg de CO2 por cada 100g).

Por el contrario, las más contaminantes, con diferencia, son las carnes de rumiantes como la ternera y el cordero. Y dentro de estos, la cría de vacas con el fin de dar carne contamina casi 3 veces más que la carne de terneras procedentes de granjas de leche.

Haciendo una comparativa rápida podríamos decir que para contaminar lo mismo que 100g de proteína de carne de ternera habría que comer 250g de cordero, o 277g de crustáceos de granja, o 454g de queso, o 658g de cerdo, 833g de pescado de piscifactoría, 877g de pollo y 2.500g (2,5kg) de tofu.

La proteína animal tiene a su favor que es de gran calidad ya que posee todos los aminoácidos esenciales. Pero, en este aspecto, no es imprescindible, ya que con ciertos alimentos vegetales también logramos obtener esos aminoácidos, como puede ser comiendo arroz y judías.

El tofu, alimento procedente de la soja y extendido en la cocina asiática, también contiene la base necesaria para las proteínas que nuestro organismo necesita.

También hay diferencias en los productos vegetales

El hecho de que un alimento sea vegetal no implica necesariamente que contamine poco.

Para obtener 1 litro de aceite de palma, muy utilizado en bollería, snacks y cosméticos, se emite casi el doble de gases de efecto invernadero que para conseguir un litro de aceite de girasol o de colza. Las diferencias dentro de los productos vegetales también deben ser tomadas en cuenta.

El artículo al que estamos haciendo referencia también expone la gran variabilidad existente dentro de un mismo producto. Para conseguir 1 litro de leche, por ejemplo, algunos productores envían 1,7kg de CO2 a la atmósfera, mientras que otros alcanzan casi los 5kg de CO2. La media se sitúa en 3,2kg, pero esta diferencia da a entender que, si bien es cierto que los productos animales son los más contaminantes, también lo es que existe un amplio margen de mejora para reducir el impacto.

Un cambio de consumo para salvar el planeta

En la mayoría de los productos, más del 50% de la contaminación está provocada por un 25% de los productores. Conocer dónde están los puntos clave en cada granja, obligar a medir y regular el impacto en todos los procesos y favorecer a los productores más ambientalmente sostenibles puede hacer que el problema disminuya.

No obstante, y como también concluyen los autores, el mayor impacto puede lograrse con cambios en el consumo. Si la humanidad redujera seriamente el consumo de alimentos de origen animal, haciendo los cálculos para que aun así los niveles necesarios de proteína se mantuvieran, el uso de suelo podría ser hasta 4 veces menor y las emisiones de CO2, acidificación y eutrofización se reducirían a la mitad.

Y lo que aún sería mejor: toda la tierra que dejara de utilizarse podría convertirse en superficie forestal, lo que capturaría alrededor de ocho mil millones de toneladas de CO2 al año.

Podríamos estar tomando una decisión maravillosa para salvar el planeta.

Pero un cambio tan drástico no parece concebible. Porque no estamos hablando de un simple cambio de dieta, sino del cambio de un estilo de vida que está arraigado en miles de millones de personas. Sería necesaria una decidida acción política y mucha concienciación social para abordar la situación.

Otro punto importante es que la idea ampliamente distribuida de que la mejor opción es comer lo que tenemos cerca, sin tener en cuenta qué es lo que estamos comiendo, demuestra ser falsa. Lo realmente importante es lo que necesitamos comer para estar bien alimentados, y una vez despejada esa variable ya sí que será muy bueno tener en cuenta los kilómetros del campo a la mesa.

El nivel de producción actual requiere necesariamente de granjas intensivas donde se puedan criar animales en mayor cantidad y alimentados con piensos. Porque no es posible producir animales en tal cantidad haciendo que todos pasten por el campo, ya que la superficie es limitada.

Así que hoy en día tendríamos que afirmar que tener granjas con una alta concentración de animales es condición sine qua non para producir tanto. Pero pensemos un minuto. Si realmente disminuimos el consumo de productos animales… ¿qué granjas son mejores?

En una granja en extensivo los animales están libres y utilizan los propios recursos que hay en el terreno. Es verdad que según la producción y la temporada pueden requerir de alimentación adicional, pero habitualmente estarían pastando y defecando en el campo, lo que sería de gran ayuda para el equilibrio natural. Pero en el otro lado de la balanza estarían más expuestos a infecciones y parásitos, al estar en contacto con más agentes externos.

Una granja intensiva es una producción industrial. La densidad de animales se maximiza (dentro de unas leyes) y su alimentación es a base de pienso. Así que los animales crecen más rápido y la producción final es mayor ocupando, aparentemente, menos espacio.

Pero una de sus grandes contras son la gran cantidad de purines (restos de las deyecciones) que producen y que son muy perjudiciales para el medio ambiente. Esos purines tienen que ser almacenados y tratados de una forma adecuada, porque su vertido excesivo, al contener mucho nitrógeno y fósforo, ocasionaría la eutrofización de aguas y acidificación de la tierra, con graves consecuencias para el ecosistema (humanos incluidos). Además, si no se almacenan adecuadamente emiten gases de efecto invernadero.

Veterinarios y otros investigadores están desarrollando técnicas que hagan más sostenible el manejo de estos purines, y está en estudio cómo podríamos mejorar la alimentación para contaminar menos sin perder producción.

Pero esa posible mejora parece ser insuficiente.

El ejemplo real del cerdo blanco

La ganadería, como ya hemos visto, requiere de tres cuartas partes de los cultivos de todo el mundo para nutrirse. El cerdo blanco (el del jamón serrano y mortadela) tiene como uno de los alimentos principales la soja, buena fuente de proteínas. Y la soja se produce mayoritariamente en Uruguay, donde prácticamente no queda más superficie para cultivar, y Brasil, donde aún tienen mucha Amazonía.

Es fácil de entender que el aumento de la demanda de carne de cerdo supone un aumento directamente proporcional del cultivo de soja, para lo cual se necesita mucha superficie usurpada a bosques y selvas.

En nuestro caso concreto, España cada año aumenta su exportación de carne de cerdo. Es el cuarto productor a nivel mundial. El primero es China, pero el gigante asiático tuvo un gran problema en su sector cuando detectaron en su territorio animales con peste porcina africana, una grave enfermedad de los cerdos que les obligó a cerrar ingentes cantidades de granjas.

Y como a pesar de su caída en la producción, su demanda sigue creciendo, productores españoles han decidido venderles gran cantidad de carne de cerdo blanco. Nada menos que 600.000 toneladas en 2019.

Y para que todo eso sea posible, necesitamos soja que se cultiva en terreno a costa de selva, se transporte hacia otros países para alimentar a los animales y, en muchas ocasiones, acabamos exportando esos animales para su consumo en un tercer país.

Se entiende fácil que es un diseño ecológicamente insostenible.

Comamos menos carne, pero mejor

Indonesia y Brasil como países líderes, y África como continente, están deforestando (mediante incendios) todas las selvas para aumentar superficies de cultivo que terminarán exportando. Un planteamiento diametralmente opuesto a lo que necesita nuestro planeta para enfrentarse a un futuro cada vez más incierto. Y la causa principal de que esté ocurriendo es la creciente demanda de carne y otros productos procedentes de monocultivos como el aceite de palma.

Aunque no todo parece estar en contra de la ganadería, es innegable su implicación en el cambio climático y en la contaminación. No es la causa principal, pero sí bastante mayoritaria.

Sin embargo, y a pesar de ello, con el conocimiento de que somos demasiada gente para consumir tanta carne, la ganadería práctica puede llegar a ser beneficiosa.

Por ejemplo, los rumiantes se colocan como una de las producciones animales más contaminantes, pero el ramoneo de ovejas y cabras en extensivo ayuda a eliminar cubierta forestal seca, con el consiguiente beneficio de que reduce el riesgo de aparición y expansión de incendios.

¿Es más rentable ecológicamente continuar con ese tipo de ganadería o sería mejor eliminar el ganado y aumentar el riesgo de esos incendios?

El tema permanece abierto y requiere de mayor investigación, pero hay algo claro. Si queremos ayudar al planeta deberíamos empezar a comer menos carne y, una vez tomada la decisión, comerla de mejor calidad.

Héctor Díaz-Alejo Investigador de la UCM

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