El 22 de agosto nuestro planeta alcanzó su Día de Sobrecapacidad. En ese momento, la humanidad consumió más recursos de los que puede proveer la Tierra en un año sin comprometer su viabilidad, por lo que todo lo que producimos desde entonces mina el rendimiento de los ecosistemas. No sale gratis: como un banco que penaliza a un mal cliente por gastar más de lo que genera su dinero, recibimos recargos en forma de sequías, aridez, enfermedades o inundaciones. Al mismo tiempo, los frutos de ese patrimonio son cada vez más escasos. Así hemos entrado en déficit ecológico.
Le ha tocado la lotería y puede vivir del premio sin tener que volver a preocuparse del dinero en su vida. Es más; el capital rinde tanto en el depósito que tampoco sus descendientes conocerán la escasez. Lo único que tiene que hacer es vivir de los intereses anuales y respetar el patrimonio. No se trata de un capital dinerario, sino de terrenos y superficies acuáticas que producen lo que necesita para vivir cada año.
Lamentablemente, la humanidad, beneficiaria de este regalo, agotó la renta de 2020 el día 22 de agosto. A partir de ahí, comenzó a disminuir su patrimonio. En enero empezará un nuevo ejercicio, pero los rendimientos y el capital serán menores.
Además, esa retirada anticipada de fondos del depósito tiene fuertes penalizaciones: sequía, aridez, nuevas enfermedades, inundaciones, subida del nivel mar, incendios y otras catástrofes son los recargos por impago que nos pasa el banco de la naturaleza.
El Día de Sobrecapacidad de la Tierra es una fecha simbólica que marca cada año el momento en que agotamos los recursos que pueden producir los ecosistemas sin ver comprometida su viabilidad (lo que se denomina biocapacidad). En ese momento, se acaba el plazo en que nuestro ritmo de vida deja de pagarse con excedentes y empezamos a sobreexplotar la tierra.
Los números rojos cada vez llegan antes. «El Día de Sobrecapacidad empezó siendo a finales de año en los setenta. Luego ya fue en otoño. Ahora cae en verano y en unos años nos habremos gastado todo lo que la tierra provee el primer mes», asegura Fernando Valladares, biólogo y profesor de investigación del CSIC.
Los europeos demandan más del doble de los recursos que hay disponibles para cada habitante del planeta
Si este déficit fuera económico, se tomarían medidas de ahorro urgentes en cualquier país, empresa u hogar. Pero es un problema medioambiental ignorado por todos los agentes públicos y privados del sistema mundial desde hace más de 40 años. «Sufrimos esa deuda, pero no somos capaces de relacionarla con nuestra actividad», apunta el responsable de Conservación de WWF España, Enrique Segoviano, para explicar por qué no se toman medidas de austeridad o recorte de gasto cuando se trata de sobreconsumo de recursos ecológicos.
Por esa dificultad para relacionar exceso y catástrofes, «aunque nuestra calidad de vida sea cada vez menor» y «llevemos meses encerrados por una pandemia producida por la destrucción de la naturaleza», continuamos «hincándole el diente a los bosques, los océanos, los ríos y los humedales aunque estén en llamas, secos o exhaustos», según Segoviano. «Nosotros aceleramos una parte del ciclo y lo hacemos poco renovable cuando echamos mano de esa productividad sin dar tiempo a que se haya repuesto. Nos vamos comiendo la tierra», añade el biólogo del CSIC.
Huella ecológica
Los investigadores y los ecologistas manejan indicadores que les permiten demostrar este balance contable negativo. El que mejor ilustra la sobreexplotación de recursos naturales es el de huella ecológica. Con la hectárea global (gha) como unidad de medida, calcula en metros cuadrados las superficies productivas forestales, de pastoreo, de cultivo, acuáticas, urbanizables y de absorción de CO2 que se necesitan para satisfacer una actividad económica durante un periodo de tiempo y los une en un terreno tan compacto como teórico.
De esta manera, según la organización de referencia en esta materia, Footprint Network, en 2016 fueron necesarias 4 hectáreas globales para proveer al español medio de carne, pescado, cultivos, suelo para vivir y enterrar residuos y para absorber carbono. Como aclara Valladares, «la huella ecológica es la cantidad de tiempo y los recursos necesarios para darle a la humanidad lo que consume».
Si podemos beneficiarnos de esa parcela productiva de 40.000 metros cuadrados es porque la podemos pagar, no porque la tengamos. La gran mayoría de los países ricos viven por encima de la biocapacidad de su territorio nacional, por lo que necesitan importar lo que producen de otros estados. Eso explica que un pequeño país como Luxemburgo tenga una huella ecológica per cápita de casi 13 hectáreas globales cuando la capacidad de producción anual de su territorio es 1,24 para cada ciudadano. Si todos los habitantes del planeta vivieran como un luxemburgués, el Día de Sobrecapacidad llegaría en febrero y no en agosto. Aunque hay países con menor déficit e incluso con superávit, como Brasil o Rusia, el desarrollismo global ha llevado la huella media de los humanos muy por encima de la biocapacidad de todo el planeta.
Valladares cree que la «vieja analogía de capital e interés» es perfectamente aplicable al problema de la sobreexplotación.
«Si el bosque amazónico tiene una productividad anual equis y le vas quitando superficie y hectáreas, llega un momento en que te lo comes: lo deforestamos más rápido de lo que crece», ilustra con un ejemplo el también divulgador de cambio global.
La humanidad empezó a consumir por encima de los límites productivos de la tierra en los 70 y no ha logrado reducir la deuda
Para calcular la fecha de Sobrecapacidad o Sobregiro de la Tierra, la Footprint Network divide la biocapacidad del planeta por la huella ecológica mundial y la multiplica por 365. Al disminuir el dividendo y aumentar el divisor, el resultado es cada vez menor. Si en 2020 se ha retrasado unos veinte días respecto a 2019 es por el impacto de la pandemia en la demanda de productos y servicios, como aclaran en su web.
Conexión consumo
La globalización y el consumo son el nexo entre ecosistemas. Son el mecanismo que transforma las hectáreas de un lugar virgen en bienes y servicios que se consumen en otro. Es la diferencia de poder adquisitivo lo que lleva a los países productores a comprometer sus recursos naturales a cambio de euros o dólares. «La globalización interconecta la economía de forma que la oferta y la demanda no operan en entornos regionales», señala el biólogo.
Es desde ahí, con nuestro rol de grandes compradores del mundo, donde los europeos «tenemos mucho margen de mejora». Comemos aguacates todo el año «porque vienen en barco de Chile», viajamos a la otra punta del mundo «por 300 euros», compramos camisetas «que nos cuestan seis». Valladares es firme: «Si tuviéramos que pagar la huella ecológica, las cosas no costarían lo que cuestan. No puede ser que paguemos ocho euros por un filete de ternera. Si compras barato unos altavoces que vienen desde China es porque nadie paga por las emisiones de ese transporte. Si encuentras un vuelo a París por 80 euros es porque el mercado hace trampas».
Rocío Algeciras, directiva de Facua, cree que la concienciación medioambiental de los consumidores españoles sigue siendo asunto pendiente. «Intentamos formar a un consumidor crítico para que adquiera hábitos de consumo responsables, nuestras recomendaciones van siempre hacia el consumo en origen y en tiendas de barrio. Pero a la hora de la verdad, es más fácil ir al hipermercado o comprar por internet que ir a por la fruta a una cooperativa o a una pescadería del barrio», señala la responsable de la federación de consumidores con sede en Andalucía. «Cualquier conciencia medioambiental exige compromiso», añade.
El 70% de los ganadores de lotería acaba empobreciéndose en cinco años. Quizá ahora nos sea más fácil entender cómo es posible que alguien pueda equivocarse tanto.
EN PROFUNDIDAD
«Harían falta dos planetas y medio si todo el mundo viviera como los españoles»
Entrevista con Enrique Segoviano, Biólogo y director de conservación de WWF España