En 2019, casi 25 millones de personas de 140 países tuvieron que irse de su tierra y buscar un nuevo hogar debido a los sucesos meteorológicos, según ACNUR. Este éxodo podría alcanzar los 200 millones de desplazados anuales en 2050 si no se frena el ritmo del cambio climático.
Esos factores ambientales pueden ser tan explosivos como un huracán o unas inundaciones por precipitaciones extremas, o bien pueden ser de desarrollo lento y progresivo, perceptible únicamente si se observa la tendencia a largo plazo, como son la proliferación de la sequía, la desertificación o la subida del nivel del mar. En todo caso, lo que hay detrás es común a todos: el cambio climático.
La temperatura global ha subido 1ºC desde la era preindustrial (finales del siglo XVIII) y, aunque para la percepción humana este aumento en un período de más de dos siglos puede resultar una nimiedad, lo cierto es que ya está provocando desequilibrios en los ecosistemas naturales. Es el caso de los deshielos en la Antártida o el blanqueamiento de los arrecifes de coral en Australia, y también está detrás de los fenómenos meteorológicos más extremos que contribuyen a la degradación ambiental del entorno.
Del campo a los suburbios urbanos
Debido a los efectos del cambio climático, las zonas rurales encuentran serios problemas para mantener la rentabilidad agrícola de sus suelos, además de quedar comprometido el nivel de pesca de las zonas costeras, debido al aumento de las temperaturas, la sequía o la acidificación de los océanos, esta última, otra consecuencia más de las emisiones de CO2 a la atmósfera provocadas por la actividad humana.
Las consecuencias varían según la zona, aunque el resultado es el mismo: se convierte en inhabitable una tierra que años antes sí lo era. Ocurre en Asia con las precipitaciones extremas o en el continente africano, con la desertificación de bosques o pastizales.
Cuando la situación se hace insostenible, sus habitantes no tienen más opciones que abandonar su hogar y mudarse a las grandes urbes, normalmente a los suburbios, para encontrar una nueva forma de vida. A este tipo de desplazados se les denomina como “migrantes climáticos”, aunque hay algunas corrientes que elevan la definición a “refugiados climáticos”.
“Refugiada climática es la persona que ha abandonado su hogar y se encuentra fuera de su país a causa, principalmente, de que su hábitat ha sufrido un deterioro grave e irreversible provocado por el cambio climático”. Esa es la definición de Miguel Pajares, doctor en Antropología Social y licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona, que recoge en su libro Refugiados climáticos, un gran reto del siglo XXI.
Actualmente, este término no está recogido en el derecho internacional, ni tiene lugar en la Convención de Ginebra de 1951, la que regula la condición de refugiado, aunque sí cuenta con una valoración en un reciente dictamen del Comité de Derechos Humanos de la ONU.
En cualquier caso, la población desplazada por los efectos del cambio climático en su entorno, esencialmente ciudadanos de países empobrecidos, encuentran ahora serias dificultades para tomar la decisión de abandonar su tierra degradada por el maltrato medioambiental, debido a las restricciones impuestas por la crisis de la Covid-19, entre las que se incluyen los confinamientos, el cierre de fronteras y la limitación de la movilidad. Esto los coloca en una situación límite.
Agravado por el Covid
La extensión del virus a zonas “ambientalmente frágiles y vulnerables a los impactos del cambio climático” que, como apunta la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), también suelen estar espoleadas por conflictos, pobreza, alta tasa de desplazamiento forzado y sistemas de salud frágiles, supone recrudecer aún más la situación que soportan sus ciudadanos. “En algunos contextos, es necesario elegir entre respetar las órdenes de distanciamiento social y proteger a las personas contra los desastres, ya que ambos pueden excluirse mutuamente”, afirma Pajares.
Un ejemplo de ello fue el huracán Harold, que asoló cuatro países del Pacífico Sur (Vanuatu, Fiji, las Islas Solomón y Tonga) solo un mes después de que la Organización Mundial de la Salud declarase la pandemia del coronavirus. Las restricciones y las cuarentenas obligatorias ralentizaron la llegada de las ayudas y la instalación de albergues para los supervivientes eliminó la posibilidad de respetar la distancia interpersonal.
En otros casos, los migrantes climáticos que ya habían abandonado su hogar y estaban asentados en áreas urbanas se están viendo forzados a retroceder a sus hogares después de haber emprendido el viaje hacia de las grandes urbes para empezar una nueva vida, ya que la la pandemia también ha limitado las posibilidades de conseguir o mantener un empleo.
“El traslado desde las zonas rurales hacia los suburbios de las ciudades es un proceso paulatino que se ve muy limitado por las restricciones a la movilidad impuestas contra la pandemia… lo que hace temer que las sequías, la desertificación, la pérdida de la rentabilidad de los cultivos o la subida del nivel del mar estén generando sufrimientos adicionales, ya que, por mucho que se haya degradado su propio hábitat, la opción de abandonarlo es mucho menor que en los años pasados”, alerta Miguel Pajares, que relaciona la imposibilidad de movilidad interna o la propia migración con el aumento del hambre, los fallecimientos y el deterioro de la calidad de vida.
Para este antropólogo, los grandes de estragos de la pandemia pasarán y el ser humano podrá protegerse de él en el futuro, de hecho ya lo está haciendo con el arranque de una campaña de vacunación a nivel internacional. Sin embargo, la crisis climática sigue su curso y si no se progresa en su mitigación, no habrá escudos contra sus consecuencias.
“La amenaza que ha supuesto la pandemia no es existencial, la del cambio climático sí lo es. La Covid-19 ha matado a mucha gente pero, a la postre, los supervivientes desarrollaran anticuerpos contra el coronavirus. Contra el cambio climático no hay anticuerpos”, concluye Miguel Pajares.
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