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Así actúa el Amazonas como emisor de CO2 por los incendios y la sequía

La sequía extrema desatada por El Niño en 2015 y 2016 y los megaincendios forestales asociados provocaron la muerte de alrededor de 2.500 millones de árboles y plantas y la emisión de 495 millones de toneladas de CO2 en un área que representa solo el 1,2 por ciento de toda la selva del Amazonas brasileño, y apenas el 1 por ciento de todo el bioma. El inmenso desastre ambiental convirtió a uno de los sumideros de carbono más grandes del mundo en uno de sus mayores contaminadores.

Los hallazgos, descubiertos por un equipo internacional de científicos que trabajó durante más de ocho años en la Amazonía antes, durante y después de El Niño, tienen implicaciones significativas en los esfuerzos globales por controlar el balance de carbono atmosférico.

En circunstancias normales, los altos niveles de humedad impiden que la selva amazónica se queme. Pero las sequías extremas hacen que el bosque sea temporalmente inflamable. Así, una simple quema de rastrojos puede desencadenar un incendio forestal. Así ocurrió, de hecho, en múltiples ocasiones.

El problema persiste, porque continúan declarándose en el Amazonas decenas de miles de incendios forestales cada año (4.977 solo el pasado mes de julio), muchos de ellos provocados para allanar el camino a actividades extractivas, explotaciones agrícolas o áreas de pastoreo.

Incendio en el Amazonas. Foto: EFE

Las predicciones climáticas indican que las sequías extremas se volverán cada vez más comunes. Hasta ahora, los efectos a largo plazo de la sequía y los incendios en la selva amazónica, y en particular en los bosques perturbados por el ser humano a través de actividades como la tala selectiva o ilegal, eran en gran parte desconocidos.

El trabajo realizado por científicos de la Universidad de Lancaster, la Universidad de Oxford y la Corporación Brasileña de Investigación Agrícola ha revelado datos preocupantes.

La vegetación sigue muriendo años después de acabada la sequía

Al examinar el epicentro de El Niño, en el Bajo Tapajós de Brasil, un área del Amazonas oriental de aproximadamente el doble del tamaño de Bélgica, los expertos comprobaron que el daño dura varios años.

El estudio reveló que los árboles y las plantas de los bosques afectados por la sequía, así como los bosques quemados, continuaron muriendo en el Amazonas a una tasa superior a la normal durante hasta tres años después de la sequía de El Niño, liberando más CO2 a la atmósfera.

Las emisiones totales de carbono de la sequía y los incendios solo en la región del Bajo Tapajós fueron más altas que la deforestación de todo un año en toda la Amazonía.

Como resultado de la sequía y los incendios, la región liberó tanto en un período de tres años como las emisiones anuales de carbono de algunos de los países más contaminantes del mundo, superando las emisiones de países desarrollados como el Reino Unido y Australia.

Después de tres años, solo algo más de un tercio (37%) de las emisiones fueron reabsorbidas por el crecimiento de plantas en el bosque. Esta circunstancia muestra que la función vital del Amazonas como sumidero de carbono puede verse obstaculizada durante años después de estos eventos de sequía.

Incendios en el Amazonas y su entorno del 15 al 22 de agosto de 2019. Fuente: NASA

“Nuestros resultados destacan los efectos enormemente dañinos y duraderos que pueden causar los incendios en los bosques amazónicos, un ecosistema que no coevolucionó con los incendios”, manifestó Erika Berenguer, autora principal del informe de la Universidad de Lancaster y la Universidad de Oxford.

Más incendios en los bosques perturbados por humanos

Aunque investigaciones anteriores ya habían demostrado que los bosques perturbados por humanos son más susceptibles a los incendios, se desconocía si había alguna diferencia en la vulnerabilidad y la resistencia de los árboles y las plantas en estos bosques cuando ocurren sequías e incendios.

Esta última investigación mostró que si bien muchos árboles murieron en el bosque primario afectado por la sequía, la pérdida fue mucho mayor en los bosques secundarios y otros bosques alterados por la acción humana.

Los investigadores descubrieron que los árboles y plantas con menor densidad de madera y cortezas más delgadas son más propensos a morir por la sequía y los incendios. Estos árboles más pequeños son más comunes en los bosques perturbados por humanos.

Los investigadores estiman que murieron alrededor de 447 millones de árboles grandes (de más de 10 centímetros de diámetro a la altura del pecho) y alrededor de 2.500 millones de árboles más pequeños solo en la región del Bajo Tapajós.

Los investigadores también compararon el efecto en diferentes tipos de bosques de la sequía en solitario, así como las tensiones combinadas de la sequía y el fuego. La mortalidad de árboles y plantas fue más alta en los bosques secundarios debido únicamente a la sequía en comparación con los bosques primarios.

Incendio en el estado de Rondonia, en el Amazonas brasileño. Foto: Greenpeace

Aunque el impacto de la sequía no fue mayor en los bosques modificados por humanos, sí lo fue, y significativamente, en aquellos bosques perturbados por el ser humano que experimentaron una combinación de sequía e incendios.

Los científicos subrayan la necesidad de reducir la tala ilegal

Las emisiones de carbono de los bosques quemados por incendios forestales fueron casi seis veces más altas que las de los bosques afectados solo por la sequía en el Amazonas.

El estudio revela que la interferencia de las personas puede hacer que los bosques sean más vulnerables y subraya la necesidad de reducir la tala ilegal y otras perturbaciones a gran escala de los bosques en el Amazonas. Los autores aconsejan incrementar las inversiones en capacidad de extinción de incendios.

El profesor Jos Barlow de la Universidad de Lancaster y la Universidade Federal de Lavras, destacó que los resultados del estudio destacan la necesidad de actuar en diferentes escalas. “A nivel internacional, necesitamos medidas para abordar el cambio climático, que está provocando sequías extremas y más probabilidad de incendios. A nivel local, los bosques sufrirán menos consecuencias negativas de los incendios si están protegidos de la degradación”, concluyó.

Informe de referencia (en inglés): https://www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.2019377118

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Ramón Díaz

Ramón Díaz Alonso (Llanes, Asturias; 1962). Trabaja desde 1990 en La Nueva España, primero como corresponsal en la comarca oriental de Asturias, después como responsable de la edición del oriente de Asturias y desde 2017 en la sección de Asturias, especializado en información política, de infraestructuras y ambiental. Colabora desde enero de 2021 con Verde y Azul, el canal de medio ambiente de Prensa Ibérica y Grupo Zeta. Es coautor de varias publicaciones de la Asociación Asturiana de Periodistas y Escritores de Turismo (ASPET).

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