Un tercio de la producción mundial de alimentos que es apta para el consumo humano se pierde o desperdicia. La Organización Mundial para la Alimentación y la Agricultura ha puesto cifras exactas a un problema no solo ético, también de enorme impacto ambiental y uno de los principales frentes a los que se enfrenta la emergencia climática. El organismo dependiente de Naciones Unidas estima que en el planeta se tiran 1.300 millones de toneladas de comida al año, con 89 millones en Europa y 7,7 en España, que es el séptimo país que más desperdicia de la UE. Del alimento que acaba en la basura, un 42% procede de los hogares. El resto corresponde a la fabricación (39%), distribución (5%) y un 14% al sector de la restauración.
El despilfarro tiene una repercusión directa muy negativa para la biodiversidad y recursos como el agua. Solo para la producción de los alimentos que acaban en contenedores se emplean anualmente 250.000 millones de metros cúbicos de agua. Un consumo sobre el que alerta la FAO cuando existen zonas como la mediterránea que están abocadas al estrés hídrico. Pero no solo tiene afección sobre el agua, también sobre el uso del suelo. La superficie destinada a explotación agrícola que después acaba desechada asciende a 1.400 millones de hectáreas de cultivo.
El final del trayecto para las miles de toneladas de alimentos no consumidos inexorablemente es el vertedero, donde su descomposición genera gases de efecto invernadero como el metano, que contribuyen al calentamiento global. Al año, un total de 3.300 millones de toneladas de CO2 llegan a la atmósfera por esa vía.
El ministerio señala que en España durante 2018 se arrojó un 8,9 % más de comida y bebida a los contenedores
La cantidad de alimentos desperdiciados varía mucho según el nivel de desarrollo del país. En aquellos con mayor grado, como es el caso de la Unión Europea, la mayoría se pierde en las últimas etapas de la cadena, como son la distribución y el consumo. Planificar la compra y ajustar la cantidad de comida en función de los comensales es una de las principales recomendaciones del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Por contra, en los países con menor grado de desarrollo, la mayor parte del desperdicio se genera en las etapas iniciales, agricultura, ganadería e industria. Con inversiones inferiores en tecnología, el déficit de instalaciones e infraestructuras para la conservación de los alimentos acaba provocando que se estropeen y ya no sean aptos para el consumo.
Frente a los excesos, la FAO coloca la lupa sobre la subalimentación o hambre crónica. Se calcula que un 11% de la población mundial (unos 895 millones de personas), ingiere una cantidad insuficiente de comida para satisfacer sus necesidades energéticas. Además, advierte de que el incremento poblacional conllevará un aumento de la presión que la producción alimentaria ejerce sobre los recursos naturales y la biodiversidad. Si se reducen los alimentos desperdiciados en un 15 % en los próximos 40 años, la necesidad de aumentar la producción mundial bajaría del 60% a un 25%. Esta situación contribuiría a alcanzar la sostenibilidad de los sistemas alimentarios, aliviando significativamente el impacto sobre el medio ambiente.
El último informe del ministerio señala que en 2018 se arrojaron 1.339 millones de kilogramos/l de alimentos y bebidas en España, un 8,9 % más que el año anterior.
La apuesta por un modelo alimentario de proximidad reduciría en un 72 % la emisión de gases contaminantes
La Comunitat Valenciana, Andalucía y las zonas metropolitanas de Madrid y Barcelona son los puntos donde más se ha incrementado el desperdicio. Para F. Xavier Medina, director de la Cátedra Unesco de Alimentación, Cultura y Desarrollo de la Universitat Oberta de Catalunya, consumir productos de proximidad ayudaría a disminuir el problema. «Hay que tener en cuenta que la mayor parte de lo que comemos se ha producido a muchísimos kilómetros de distancia», señala. «El transporte hace crecer mucho la huella ambiental, algo que puede resolverse promocionando la producción local», incide Xavier Medina.
En el contexto de cambio demográfico y climático, la dieta mediterránea se revela como la de menor impacto ambiental. Una investigación de Anna Bach Faig, profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, revela que la apuesta por un modelo alimentario de proximidad implicaría una reducción del 72% de la emisión de gases de efecto invernadero, una disminución del 58% de la tierra de uso agrícola, una reducción del 52% del consumo de energía y un ahorro del 33% del agua que se consume.
Para acercarse a una alimentación sostenible, Bach recomienda priorizar los productos de origen vegetal sobre los de animal, apostar por el agua sin embotellar y huir de los ultraprocesados. Otro reto como consumidores responsables sería evitar en la medida de lo posible los plásticos de envases.
Entre los productos sin utilizar que más se desperdician se encuentran las frutas y hortalizas y las verduras, con un 46% del volumen, seguido de los derivados lácteos (13%). Por el contrario, se han registrado disminuciones del desperdicio en el caso del pan (5%) y del pescado (2,3%). Pese a ello, ocho de cada diez hogares reconoce que tiran alimentos y bebidas a la basura.
Bufés sin tanta comida
La Asociación de Hosteleros de la Comunitat Valenciana también ha cuantificado el desperdicio, estimando que el 30% de los alimentarios que se sirven en los bufés acaba en la basura. De ahí que se haya repartido en más de 200 hoteles una guía con pautas y consejos. Entre las propuestas, además, está la de reducir el tamaño de las bandejas en los bufés, apostar por las raciones individuales por ejemplo en los postres, no reponer al cien por ciento los lineales cuando el servicio esté a punto de acabar o dar al cliente la opción de elegir a la carta o incluir la donación de excedentes.
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