La rata parda o noruega vive una edad de oro. Y las cosas mejoran para ella con el cambio climático, ya que el aumento de las temperaturas suaviza los inviernos y caldea los veranos: un acelerante para la reproducción de la especie, ya de por sí muy prolífica. Las alarmas han saltado en las grandes ciudades de Estados Unidos: Nueva York, Chicago, San Francisco, Washington DC… pero su eco se extiende por todo el mundo como un reguero de pólvora. La presencia de ratas (parda y negra) constituye uno de los motivos más recurrentes de queja ciudadana en los núcleos urbanos. No en vano, se trata de uno de los animales más odiados. Además, es causa de preocupación sanitaria.
La crisis climática no es lo que sostiene ese imperio, aunque sí puede ser el detonante de una situación insostenible. Ese feudo que se extiende por el subsuelo de las ciudades como un reflejo turbio de la superficie lo hemos levantado y lo mantenemos los habitantes urbanos con una producción ingente de desechos orgánicos y con los edificios en ruinas, la red de alcantarillado y otras infraestructuras que proporcionan un refugio confortable a las ratas. Viven debajo de la misma alfombra donde ocultamos todo lo que no queremos.
El investigador de referencia sobre ratas urbanas, el estadounidense Robert Corrigan, de la Universidad de Cornell (Ithaca, Nueva York), con más de treinta años de experiencia en su control, sostiene que el calentamiento puede haber incrementado en una camada anual el potencial reproductor de las ratas. No parece mucho, pero representa una multiplicación exponencial de la especie. Una camada de nueve crías (dentro de la media) genera 270 individuos en un período de 30 semanas, que ascienden a 11.907 al cabo de un año. Esa camada de más «está marcando la diferencia», afirma Corrigan, quien estima que en la última década las poblaciones de ratas han crecido entre un 15 y un 20 por ciento.
Esa población en crecimiento acelerado amplifica los problemas y los riesgos que ya plantean las ratas, y que podrían ir a más, pues, según este experto, cuantas más ratas haya, más comida necesitarán y, para conseguirla, se harán más visibles y más agresivas.
La falta de referencias y de interlocutores hace difícil comparar el criterio y los datos de Corrigan con la situación en España e, incluso, en Europa. No existen estudios de tendencias demográficas y solo se ha hecho una estimación de la población urbana de ratas, llevada a cabo por la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB), a partir de los datos de un estudio pionero desarrollado entre diciembre de 2016 y noviembre de 2017. Los técnicos trabajaron en 900 kilómetros de alcantarillas, en los cuales dispusieron 63 puntos de trampeo, con 30 trampas cada uno de ellos.
106.739 ratas en Barcelona
La información obtenida ha permitido estimar una población de 106.739 ratas. Los censos realizados en otras partes del mundo muestran una proporción bien diferente a favor de las ratas: Dave Cowan, de la Agencia de Investigación en Alimentos y Medio Ambiente del Reino Unido, estima que los roedores sextuplican a los pobladores humanos en las grandes ciudades británicas, mientras que el Departamento de Sanidad de Nueva York ha calculado que las ratas neoyorkinas duplican en número a los habitantes de la ciudad más poblada de los Estados Unidos.
El trabajo desarrollado en Barcelona no solo es pionero en su aspecto demográfico; también han sido novedosos los estudios parasitológicos, pues previamente todos los análisis se habían practicado a ejemplares de la población de la superficie, con características muy distintas de la que habita en las alcantarillas. Una conclusión del estudio es que «las incidencias recibidas sobre avistamiento de ratas –el factor que crea alarma social– no están correlacionadas con la presencia de ratas (en la red de alcantarillado)». Con respecto a la distribución de estos animales, «se ha observado que la presencia de ratas está relacionada con ciertos factores favorecedores, en concreto con las conexiones de los sumideros y de las alcantarillas, la densidad de población, la anchura de las calles y los espacios verdes». Por eso los trabajos de control de roedores que realiza la ASPB dirigen parte de sus esfuerzos al saneamiento del medio y el mantenimiento de estructuras; el otro pilar de esa labor es la colocación de biocidas para disminuir de forma directa la población. No obstante, según Corrigan, mientras no se frene la generación de basura orgánica (de alimento), todo lo que se haga será en vano, la guerra contra las ratas urbanas estará perdida.
«Es muy importante que no haya comida junto a los contenedores y que el alcantarillado no tenga salida al exterior», señala Rubén Bueno
Además, algunas poblaciones de ratas desarrollan resistencia al veneno, aunque no parece ser el caso de la barcelonesa. «No presenta resistencias a los rodenticidas que se usan para su control», afirman los técnicos responsables del estudio. «Normalmente, la resistencia a anticoagulantes se da por la selección de ejemplares que tienen una mutación en un gen determinado, que desactiva los efectos anticoagulantes de un principio activo rodenticida». Esta resistencia se ha encontrado en diversos países de Europa y también de América, pero no aparece en Barcelona. La razón de esa disparidad de reacción la explican porque «en algunas zonas hay una utilización única y continuada de un principio activo rodenticida, no hay una rotación de productos, y esto produce una selección positiva de ejemplares con una determinada mutación que hace que no les afecte».
En cuanto al potencial zoonótico, es decir, el riesgo de transmisión de enfermedades, el estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona concluye que «no hay evidencia de transmisión de enfermedades a las personas». Su argumento se basa en que las ratas de las alcantarillas no tienen contacto con las personas y, por lo tanto, esa posibilidad es remota.
No solo veneno
De todos modos, aunque el riesgo de zoonosis vehiculadas por ratas sea escaso en España, conviene extremar las medidas preventivas. Rubén Bueno, director técnico e I+D+i (Investigación, Desarrollo e Innovación) en Laboratorios Lokímica, define dos frentes en esa lucha: el uso de rodenticidas y lo que denomina «control educacional». El armamento químico es la forma más extendida de combatir las poblaciones de roedores y el tipo de biocida más utilizado son los anticoagulantes, que matan lentamente, en días (aunque el plazo depende de la dosis ingerida), por hemorragias masivas. Bueno defiende ese efecto crónico, no inmediato, «porque no alerta al resto de la población; si fuese de acción rápida, las demás ratas dejarían de comer el cebo», explica. El uso de estos venenos se rige por condiciones muy estrictas, marcadas por el Ministerio de Sanidad, que varían en razón de la materia activa, y de su concentración y su presentación. Pero, según Bueno, solo con rodenticidas no se gana esta contienda. «El control educacional es muy importante; por ejemplo, que en los contenedores no haya comida esparcida por fuera o que se realicen modificaciones estructurales en el alcantarillado para dejarlo sin salida al exterior», afirma.
Movimientos limitados
«Con estos sistemas, se reduce la población a niveles tolerables si se tienen recursos para un control sostenido y un seguimiento. El rango de movimiento de los roedores es muy limitado, no suelen desplazarse a más de 30, 40 o 50 metros de su madriguera porque en ese radio tienen todo lo que necesitan: alimento y refugio. El ambiente urbano les ofrece muchas posibilidades», manifiesta.
«La eliminación de las ratas no es un objetivo real, pero sí se puede mantener la población de modo que no cause daños», afirman los expertos
A juicio de Bueno, «tomando las medidas para actuar sobre los puntos más importantes y manteniendo una continuidad y un seguimiento en esas labores, se puede llevar a cabo un control poblacional. La eliminación no es un objetivo real», admite, «pero sí se puede mantener la población por debajo del umbral en el que las ratas causan daños económicos y representan un riesgo sanitario», agrega. Para ello, insiste, «es fundamental limitar la competencia alimenticia (con los cebos envenenados), muy grande en Estados Unidos, donde los roedores disponen de muchos recursos en superficie».
Actualmente, se está trabajando en un arma genética, capaz de inducir la infertilidad en las poblaciones (en esa misma línea, en Washington ya se están utilizando anticonceptivos). Podría ser el arma definitiva. Aunque si las ratas desapareciesen tal vez las echaríamos de menos: «Todas esas toneladas de basura que devoran quedarían en las calles y en el subsuelo, pudriéndose», alerta Corrigan.
Un imperio donde no se pone el sol
Casi no hay lugar de la Tierra al que la rata parda no haya llegado. Solo está ausente en la Antártida. Su origen se encuentra en el norte de China y su expansión está unida al hombre, a sus rutas de comercio, por tierra y por mar, comenzando por la Ruta de la Seda. Se estableció en el siglo XVIII en Europa, donde desplazó en gran medida a la rata negra, y en 1770 fue registrada por primera vez en Norteamérica.
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