Tanto los cauces fluviales como los mares y océanos sufren un tipo de contaminación menos visible pero que está afectando gravemente a las especies acuáticas. Se trata de los residuos farmacéuticos, restos de los compuestos químicos que ingerimos los seres humanos y que acaban desembocando en el medio natural a través del inodoro. Entre esos residuos, preocupan los antidepresivos como el Prozac o el Oxazepam, medicamentos prescritos para tratar la depresión, la ansiedad o el insomnio que están alterando gravemente el comportamiento de los peces que consumen involuntariamente las concentraciones diluidas en el agua.
Ya en 2013, un equipo de investigadores de la Universidad de Umeå (Suecia) alertaron en un estudio publicado en Science del impacto ecológico de los ansiolíticos. Estos medicamentos, a pesar de que, al ser evacuados junto con las aguas fecales, pasan por un proceso de tratamiento y filtrado en las estaciones depuradoras, no llegan a ser eliminados. Así acaban en los cauces fluviales y el medio marino.
Para esa investigación, los autores expusieron a una selección de percas europeas salvajes (Perca fluviatilis) a una cantidad de Oxazepam similar a la que se encuentra en las cuencas fluviales suecas.
El resultado fue que los peces se volvían más activos, más individualistas y perdían su conducta social. Además, eran menos precavidos y se arriesgaban a abandonar los refugios y las zonas seguras, para explorar otras áreas menos conocidas y que, por tanto, podían entrañar riesgos para su supervivencia.
Las percas se volvían más voraces, se alimentaban con mayor avidez que los ejemplares que no habían consumido el ansiolítico, y su tendencia a la soledad acababa por dividir los bancos de peces, por lo que se facilitaba el ataque a los depredadores. En definitiva, las conclusiones de este estudio resaltaban que los peces se volvían más solitarios, más voraces y más vulnerables al perder la noción del peligro.
A principios de este año, una publicación de Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences constató que la contaminación del agua por fluoxetina -más conocido como Prozac-, uno de los fármacos psicoterapéuticos más comercializados del mundo, al ser ingerido por las poblaciones de peces, reduce su “capacidad de resiliencia al reducir drásticamente las diferencias en el comportamiento de los individuos”, lo que pone en serio riesgo la continuidad de la especie.
Estos resultados, fruto de una colaboración internacional entre profesionales de la Universidad de Monash, la Universidad de Australia Occidental (UWA), la Universidad Sueca de Ciencias Agrícolas y la Universidad de Nueva York, están basados en un experimento de dos años con peces guppy (Poecilia reticulata) expuestos a este fármaco.
La influencia del Prozac sobre los peces
Al observar los ejemplares, comprobaron que en concentraciones muy bajas, el Prozac homogeneiza el carácter de los peces y elimina su capacidad de adaptación, especialmente en un contexto de desequilibrios climáticos donde su entorno está en constante cambio.
Giovanni Polverino, uno de los investigadores participantes, resume el eje del problema: «Si [en circunstancias normales] un pez toma la decisión equivocada y muere, algunos otros sobrevivirán tomando diferentes acciones”. Sin embargo, cuando los peces están bajos los efectos de las drogas, esa posibilidad de aprender para seguir evolucionando y aclimatarse se inhibe, dando pie a comportamientos uniformes.
En este sentido, investigadores del departamento de Química Analítica de la Universidad del País Vasco alertaron en un trabajo publicado en Environmental Toxicology and Chemistry que los fármacos contaminantes detectados en el agua mediante la biomonitorización ambiental -donde se incluían el antidepresivo amitriptilina, el antibiótico ciprofloxacin y el filtro ultravioleta oxibenzona- producen en los peces “efectos secundarios en el plasma, el cerebro y el hígado porque interfieren en su metabolismo, y pueden incluso afectarles a nivel de organismo” cuando empiezan a acumularse.
Eso sí, no llega a suponer un riesgo para la salud humana, debido a las pequeñas cantidades de fármacos que consumen.
Otros estudio llevado a cabo en el Niágara por la Universidad del Estado de Nueva York y las tailandesas de Kohn Kaen y Ramkhamhaeng que se publicó en la revista Environmental Science & Technology evidenció que, al moverse mucho más rápido, los peces realizaban un mayor consumo energético y encontraban serias dificultades para reproducirse.
En otro tipo de fauna, como las gambas, mostraban comportamientos “suicidas” colocándose en zonas visibles y luminosas o, por ejemplo, las sepias, que adquirían un carácter más agresivo.
“Es preocupante la concentración de este tipo de contaminantes, porque el consumo está aumentando. En las depuradoras no conseguimos eliminarlos, llegan hasta los peces y están cambiando su metabolismo. No sabemos hasta qué punto influirá eso a nivel de individuo, y el problema podría llegar a niveles poblacionales”, explicaba la investigadora de la UPV/EHU Haizea Ziarrusta Intxaurtza.
Artículos de referencia:
https://phys.org/news/2021-02-antidepressants-pose-survival-fish.html
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