Seguir la dieta mediterránea puede ser un elemento estratégico para combatir el cambio climático, que, en el contexto español, puede facilitar una reducción de hasta un 72% de los gases de efecto invernadero, un 58% del uso del suelo, un 52% del consumo de energía y un 33% del consumo de agua.
Así lo ha explicado Anna Bach, farmacéutica, profesora en el Área de Nutrición de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y vocal de Alimentación y Nutrición del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Barcelona (COFB), en el marco del tercer ciclo de #UPCDiálogos Agroalimentarios. «Ya no podemos hablar de una alimentación saludable, también nos interesa que esta sea sostenible», ha afirmado la investigadora de la UOC durante la presentación.
El informe del 2017 Global health effects of dietary risks mostró los efectos de los factores dietéticos sobre la salud mundial. Según el estudio, ha explicado Bach, un 22% de las muertes que se producen en el mundo se pueden atribuir a una causa alimentaria y corresponden a tres factores: «El consumo elevado de sal, el consumo bajo de cereales integrales y de fruta».
La sustitución de la fruta, la verdura y los cereales integrales por productos procesados y con un elevado contenido en azúcar produce efectos nocivos para la salud, con el desarrollo de enfermedades crónicas y cardiovasculares.
En este sentido, los investigadores en salud pública han identificado la transición alimentaria, que se ha producido, sobre todo, en poblaciones urbanas y eminentemente entre los jóvenes de nivel socioeconómico bajo.
El grupo ha pasado de consumir productos como cereales, verduras y elementos vegetales —que tienen un impacto medioambiental bajo— a un consumo incrementado de proteínas de origen animal, con un impacto ecológico más elevado. En consecuencia, ha añadido Bach, se ha producido un aumento en el «consumo de calorías vacías, a base de cereales refinados, alcohol y grasas», un hecho que condiciona la salud.
El modelo actual es insostenible
La investigadora del grupo FoodLab de la UOC ha hecho hincapié en que «lo que ponemos en el plato es importante tanto para la salud como también por cuestiones ambientales».
Por lo tanto, el modelo actual sería insostenible, porque se están «superando límites planetarios», ha avisado. La salud de las personas no se puede desligar de la salud del planeta, de forma que la sostenibilidad alimentaria es un problema de primer orden para la continuidad de la especie humana.
En este sentido, Bach ha citado un artículo en The Lancet del 2013, GBD Risk Factor Collaborators, en el que se apunta que el 14 % de los gases de efecto invernadero proviene del ganado, y un 30% tiene que ver con el sistema alimentario alejado de criterios de sostenibilidad.
Por eso la investigadora ha defendido la necesidad de alinear los hábitos alimentarios con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU: «La dieta debe tener en cuenta tanto la salud como el medio ambiente; nos interesa tomar en consideración no solo la producción, sino también el consumo».
La alimentación pesa más que el transporte en el cambio climático
Bach ha recordado que a menudo «cuando pensamos en cambio climático nos viene a la cabeza el transporte, pero la alimentación todavía pesa más». La investigadora ha comentado que hay que tener presente que un tercio de lo que comemos acaba en la basura, y uno de los objetivos debe ser reducir en un 50% este derroche.
La reducción del consumo de productos animales también puede contribuir al objetivo de un desarrollo sostenible: «Sabemos que los productos animales gastan muchos más recursos y energía que los de origen vegetal en lo que respecta a uso del suelo, agua, gases de efecto invernadero: veinte platos de verdura equivalen a un plato de carne en cuanto a emisiones».
La investigadora ha señalado que es importante «reeducar al consumidor» para que adopte unos hábitos alimentarios que prioricen los productos de origen vegetal en el plato, ya sea a través de la dieta mediterránea, flexitariana, vegana o vegetariana.
Los jóvenes, dispuestos al cambio
Según estadísticas del informe Creating a Sustainable Food Future del 2019, del World Resources Institute, el 60% de la generación milenial está dispuesto al cambio, un aspecto positivo. «Si adoptamos un patrón de dieta mediterránea habrá un ahorro de muchos recursos, pero si vamos hacia un patrón más occidental y americanizado tendremos un incremento de los indicadores ambientales», ha avisado Bach.
Al consumidor hay que guiarle, en consecuencia, para que base su alimentación en productos de origen vegetal, reduzca el exceso del consumo de carne roja y procesada, consuma pescado procedente de fuentes sostenibles, productos de temporada y locales, y reduzca el derroche y los residuos de embalaje de los alimentos.
Los investigadores en nutrición y salud pública trabajan en modelos y estrategias; incluso se ha hablado «de un plato planetario», ha explicado Bach. Una de las líneas de investigación para encontrar soluciones al problema, que han puesto sobre la mesa investigadores de la UOC, es «el consumo de insectos, no para sustituir la carne, sino para tener una proteína alternativa segura, saludable y sostenible», que permitiría «una disminución de la huella ecológica respecto a muchas de las proteínas animales convencionales».
«La entomofagia (comer insectos), en el futuro, puede ayudar a garantizar que todo el mundo en el planeta tenga acceso a alimentos asequibles, sanos y sostenibles; y de momento ahora recuperar nuestra dieta mediterránea nos puede ayudar también a conseguir estos objetivos», ha añadido Bach.
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