La Agencia de Alimentos de Singapur aprueba la comercialización de la carne de pollo fabricada en laboratorio por la empresa Eat Just
La empresa Eat Just ha logrado la aprobación, por parte de la Agencia de Alimentos de Singapur, para vender su carne artificial. Se trata del primer país del mundo que permite la venta de este tipo de productos cultivados en laboratorio.
Esta carne de pollo, fabricada y vendida en formato “nugget”, es el resultado del cultivo de células de producto en un biorreactor de 1.200 litros combinado con una mezcla de ingredientes de origen vegetal.
Las células provienen de la extracción de animales vivos mediante biopsias, y los nutrientes, directamente de plantas.
En el proceso de fabricación de esta carne artificial también se utiliza suero bovino fetal, extraído de la sangre, pero será próximamente sustituido por otro de origen vegetal para dotar al proceso de un mayor valor sostenible.
De esta manera se acaba con la sobreexplotación, el sacrificio animal y el aumento progresivo de la huella de carbono del sector.
Desde la empresa señalan que “la aprobación es uno de los hitos más importantes en la industria alimentaria en las últimas décadas. Esperamos que esto lleve a un mundo en el que la mayoría de la carne producida no requiera matar a un solo animal ni derribar un solo árbol«.
Eat Just ya ha anunciado que la disponibilidad de su carne será limitada. Inicialmente se podrá disfrutar de ella solo en un restaurante de Singapur, a un precio relativamente elevado, pero la intención es acabar distribuyéndola por todo el mundo.
Fabricando carne alrededor del mundo
El de Eat Just no es un caso único. Son varias las empresas que a lo largo y ancho del mundo están sumergidas en la producción de carne artificial. Cada una, por así decirlo, a su manera. Pero hay ejemplos que muestran que la fabricación de carne artificial no es una mera especulación.
En Israel, la empresa Supermeat, después de varios años de investigación y con más de un éxito a sus espaldas, ha lanzado una serie de degustaciones públicas y gratuitas para dar a conocer su carne de pollo cultivado, al tiempo que promueve el primer restaurante, The Chicken, en Tel Aviv, para darla a conocer.
Además de no necesitar ni del sacrificio ni de la explotación de animales, es también sostenible por un menor uso de agua, recursos y energía durante su proceso de fabricación.
La puesta en marcha es sencilla y se basa en las células de pollo sanas, que crece sin necesidad de llevar a cabo ningún tipo de ingeniería genética y tras haberse cultivad o en pienso nutritivo sin antibióticos.
Un proceso casi artesano en el que participan biólogos, chefs e ingenieros y que permite, gracias a sus controles de calidad, que el producto sea exactamente lo buscado en términos de sabor, textura y valores nutricionales.
Hay multitud de experiencias similares en todo el mundo. Memphis Meat, en Estados Unidos, levantó en el mes de mayo una ronda de capital millonaria para lanzar su proyecto de fabricación de carne artificial. Aleph Farms y Mosa Meat también están detrás de la fabricación de carne artificial.
Reduciendo la explotación y la huella de carbono
Más allá de los conflictos éticos sobre el actual proceso productivo de nuestro sistema alimentario, el cambio del sector hacia la fabricación de una carne artificial rica en nutrientes y capaz de emular los beneficios de la carne animal, radica en la necesidad de reducir el daño al planeta, la sobreexplotación de los recursos y la huella de carbono del sector.
Según datos de la Cátedra de Medio Ambiente de la Universidad Jaime I de Valencia, en España, las emisiones asociadas al sector agroganadero en 2017 supusieron el 12% del total. Unos datos que se incrementan según la FAO – Food and Argiculture Organization of the United Nations- si nos referimos específicamente a los productos de origen animal, hasta el 58% de las emisiones totales para la producción de alimentos.
Un año después, en 2018, y según la investigación “The global impacts of food production” publicado en la revista Science, el 25% de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero correspondieron al sector de la alimentación. Y si profundizamos un poco más, de ese total el 50% llegaron como consecuencia de la producción de carne de ternera y cordero.
Por lo tanto, reduciendo la producción de este tipo de carne como muestran los datos se reduciría de forma drástica la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Concretamente, si el cambio fuera a nivel planetario conseguiríamos reducir en dos tercios la huella de carbono de los alimentos que consumimos.
La fabricación de carne artificial o cultivada es una gran puerta que se abre ante nosotros de cara a reducir el daño diario que le causamos al planeta. Una posibilidad, una más, de apoyarnos en la ciencia para continuar con el progreso social.