El impacto de la ropa. Incluso una inocente camiseta de algodón estampada con algún lema ecologista supone un impacto tremendo sobre el medio ambiente. Hasta 2.000 litros de agua, como promedio, se necesitan para fabricarla. Lo mismo sucede con casi todas las prendas. El derroche en vestuario de los hogares occidentales agrava el problema.
La ropa es la segunda causa de contaminación en el planeta, hasta el punto de que en 2015 la producción textil emitió a la atmósfera 1,2 millones de toneladas de CO2, es decir, más de lo que emitieron todos los barcos y aviones del planeta ese año, según datos de la Agencia Internacional de la Energía. Sin embargo, la emisión de carbono y su impacto directo sobre el cambio climático no es el único daño que causa la industria textil a la Tierra. El consumo de agua que exige la fabricación de ropa es tan brutal como desconocido. Baste un ejemplo especialmente escandaloso: para fabricar un único par de pantalones vaqueros se precisa la misma cantidad de agua que carga un hidroavión de los que combaten los incendios forestales: casi 11.000 litros.
Una sencilla camiseta de algodón requiere entre 1.200 y 4.000 litros de agua en función de la zona de producción y del gramaje de la prenda. En todo caso, se trata de cantidades brutales debido a dos factores: el algodón es un cultivo que exige grandes cantidades de agua y, por otra, la fabricación y la producción de la prenda vuelve a exigir mucha agua.
Durante el proceso, además, se generan grandes volúmenes de sustancias químicas tóxicas, como ocurre con la viscosa, que se obtiene de la celulosa de los árboles. Según denunció el informe Moda Sucia de la organización europea Changing Markets Foundation, los procesos para convertir esta materia prima en fibra implica el vertido de grandes cantidades de productos tóxicos que amenazan la salud y los ecosistemas. Además, en todo el mundo la industria textil genera 500.000 toneladas de fibras microplásticas que acaban irremediablemente en el mar, según datos de la Fundación Ellen MacArthur y Greenpeace. De todo el plástico que hay el océano, una tercera parte son microplásticos, recuerda WWF
Sin embargo, hay otras vertientes especialmente preocupantes en la industria de la moda, como es el caso del escaso reciclaje de las prendas usadas. Según el estudio de Circular Fibres Initiative, menos del 1% del material utilizado en la fabricación de ropa en el mundo se recicla y se usa para confeccionar nuevas prendas, lo que significa desperdiciar cada año 100.000 millones de dólares en dichos materiales. En España, cada año van a parar a la basura 800.000 toneladas de desechos textiles, según la propia Asociación Ibérica de Reciclaje Textil. Es decir, el 90% de las prendas que compran los españoles van directamente a la basura.
Los clientes de los países occidentales ya solo utilizan una prenda entre siete y diez veces antes de desecharla o tirarla
Las grandes compañías han impulsado una espiral de consumismo fuera de control, de modo que continuamente lanzan campañas y ofertas presionando al ciudadano para que compre ropa nueva cada año y arrincone la de la temporada anterior, como si ya fuera algo inútil. Es la llamada fast fashion. Usar y tirar sin parar. Según los datos del Banco Mundial, los consumidores de los países occidentales solo se ponen una prenda entre siete y diez veces antes de tirarla o abandonarla. El tiempo de uso que se da a cada prenda ha bajado nada menos que un 36% en los últimos quince años, mientras que en ese mismo periodo la producción de ropa se ha doblado. Las perspectivas si todo sigue igual no pueden ser más negativas.
Y, sin embargo, se atisban algunos cambios. Las principales compañías fabricantes de ropa en el mundo (32 empresas en total, que suman un tercio de las ventas mundiales) firmaron este mismo año el Fashion pact. Entre los firmantes están Inditex, La Redoute, Carrefour, Prada, GAP, Giorgio Armani, Kering, Burberry o Adidas. En un solemne acto presidido en Francia por el presidente Emmanuel Macron, las grandes marcas reconocieron que el sector es responsable de al menos un 20% del vertido de aguas residuales y del 10% de las emisiones de carbono al aire. Por ello, se comprometen a tres objetivos concretos. Primero, alcanzar las cero emisiones netas de gases de efecto invernadero en 2050, lo que conllevará cambiar de materias primas y usar energías renovables. En segundo lugar, proteger y restaurar los ecosistemas dañados mediante acciones que sean medibles científicamente. Y, en tercer lugar, proteger los océanos mediante la eliminación de los plásticos de un solo uso en el año 2030, entre otras medidas.
Entidades ecologistas temen que estas acciones respondan más a un lavado de imagen que a una voluntad real de cambiar las cosas. Greenpeace señala que «se olvida el gran problema, que es el reciclaje de los residuos. El final de la cadena también es responsabilidad de estas empresas. Ellas deberían hacerse cargo», afirma esta organización.
Pero hay empresas que no necesitan firmar tratados para empezar a dar ejemplo. Es el caso de la valenciana Jenealogía, dirigida por Enrique Silla, que trabaja para Levi Strauss, Pepe Jeans, H&M, Jack&Jones… Jenealogía es ya una referencia mundial gracias a sus máquinas láser para los vaqueros, que reducen un 70% el consumo de agua, un 33% el de energía y un 67% el de productos químicos, según los datos de la empresa. Más del 35% de los jeans que se producen anualmente en el mundo incorporan ya la tecnología de esta empresa española.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA: ROPA HECHA CON RESIDUOS RECICLADOS
Aparte de la empresa valenciana Jenealogía, hay otras compañías del sector de la moda empeñadas en dar la vuelta a la tortilla y hacer de esta industria una actividad sostenible. También es valenciana la empresa de Sonia Carrasco, que fabrica en Barcelona sus prendas 100% sostenibles. Tras ser premiada en la 080 Fashion Week, Carrasco utiliza únicamente tejidos y materiales que estén certificados ecológicamente y libres de plásticos y químicos. Es un ejemplo de muchos emprendedores que quieren dejar atrás un modelo totalmente obsoleto y sin futuro. Ignasi Eiriz es otro ejemplo. Es el fundador y responsable de Ethical Time, que busca «hacer posible compras más respetuosas y justas con las personas, el medio ambiente y los animales», afirma. Se trata de una aplicación que permite buscar y comprar ropa elaborada con criterios éticos que ya cuenta con más de 300 marcas y tiendas adheridas. Además, con esta herramienta se puede localizar en un mapa las tiendas físicas que ofrecen este tipo de productos. Pero, seguramente, el empresario que ha llegado más lejos en su empeño por combiar moda y medio ambiente es el vasco Javier Goyeneche, cuya empresa Ecoalf fabrica ropa directamente a partir de desechos reciclados: neumáticos viejos para fabricar nuevas zapatillas, o plástico recogido del fondo del mar para confeccionar abrigos o chalecos. «Se trata de hacer una moda sostenible sin que se note que es diferente al resto», afirma este empresario, cuyo catálogo incluye cada vez más prendas, indistinguibles por su diseño, textura o calidad de las grandes marcas. Su facturación es de 18 millones de euros.
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