En relación con la temática de la desertificación y el cambio climático, quisiera llamar la atención del lector sobre el potencial poco conocido que presenta el suelo.
A través de él se producen diversos intercambios de agua, compuestos en disolución, energía y gases con la atmósfera, biosfera, hidrosfera y litosfera. Como consecuencia de estos flujos, los suelos están entre los mayores depósitos de carbono de los ecosistemas terrestres. Se estima que el almacenamiento de carbono en el suelo es 3.3 veces superior al de la atmósfera y 4.5 veces mayor que el de la biota.
Con una gestión adecuada de los suelos, además de asegurar la producción de alimentos, la seguridad alimentaria y el suministro de agua, estos presentarán un elevado potencial de secuestrar carbono y otros gases de efecto invernadero, contribuyendo a mitigar la concentración creciente de CO2 en la atmósfera y a la adaptación al cambio climático. Por ello, es necesario incrementar la aplicación de prácticas sostenibles de gestión del suelo que favorezcan la formación de sumideros de carbono en zonas agrícolas y forestales, y al mismo tiempo contribuyan a disminuir el riesgo de desertificación. Tales medidas se basan en el laboreo de conservación, la rotación de los cultivos, la agricultura orgánica, la mejora de las propiedades de los suelos mediante la adición de enmiendas orgánicas y la aplicación equilibrada de fertilizantes químicos, la conservación de los humedales, evitar la transformación y degradación de ecosistemas forestales, etcétera.
Se han realizado notables avances científicos en el estudio de la dinámica del carbono, pero, dada la variabilidad de los tipos de suelos y de sus niveles de carbono, es necesario seguir investigando en la aplicación de estas prácticas en regiones y ecosistemas concretos.
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