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La ola más grande de la historia tuvo 524 metros de altura: ¿Qué sucedió?

Demostrado: el calentamiento global también provoca terremotos. Es la principal conclusión de un estudio realizado por científicos del Instituto Geofísico dependiente de la Universidad de Alaska, en Fairbanks (Estados Unidos) en el parque nacional de la Bahía de los Glaciares, en el sudeste del estado norteamericano más septentrional. Un estudio que ha permitido descubrir también qué provocó el tsunami más grande de la historia, con una ola que alcanzó los 524 metros de altura.

El equipo investigador, capitaneado por el geofísico Chris Rollins, ha concluido que la pérdida generalizada de hielo en la Bahía de los Glaciares fue un “factor clave” para el terremoto de magnitud 7,8 en la escala sismológica de Ritcher, que en 1958 desencadenó un enorme desprendimiento de 30,6 millones de metros cúbicos de roca, caído desde 914 metros de altura, en las aguas de Gilbert Inlet, en la bahía de Lituya (Alaska).

Fue ese desprendimiento el que generó el megatsunami, con una gigantesca ola de 524 metros de altura, que ascendió por la ladera de una montaña antes de volver a adentrarse en el mar. Para comprender la magnitud de la ola, basta con señalar que las más grandes jamás registradas en mar abierto se sitúan en torno a los 20 metros de altura.

El de Lituya está registrado como el tsunami más grande de todos los tiempos. Arrasó a su paso con todos los árboles, la vegetación y la fauna existentes y barrió tramos enteros próximos a la costa. Lo más preocupante del caso es que los investigadores defienden que el terremoto del 9 de julio de 1958 no fue un caso aislado y que lo ocurrido entonces es extrapolable a otros puntos del planeta.

La pérdida de hielo ha influido en las fechas y las ubicaciones de los terremotos de magnitud 5,0 o superior durante el último siglo. De hecho, el deshielo ha provocado también terremotos en regiones tectónicamente estables, como el interior de Canadá y Escandinavia. En Alaska, este patrón ha sido muy difícil de detectar, ya que los terremotos son comunes en la parte sur del estado.

El punto de partida del estudio apunta a que el campo de hielo de la Bahía de los Glaciares ha perdido más de 3.000 kilómetros cúbicos de hielo desde el año 1770, lo que ha provocado un ‘adelgazamiento’ del hielo de hasta 1,5 kilómetros en esa zona. El resto del sureste de Alaska se ha estado ‘desglaciando’ desde antes de 1900.

Cuando los glaciares se derriten, el suelo sube

Los científicos explican las consecuencias del deshielo. “Alaska tiene algunos de los mayores glaciares del mundo, que pueden superar el kilómetro de espesor y cubrir cientos de kilómetros cuadrados. El peso del hielo hace que la tierra que se encuentra debajo se hunda y, cuando un glaciar se derrite, el suelo vuelve a ascender, como una esponja que deja de ser apretada”, indican. Ocurre que el calentamiento global está provocando “una pérdida neta de hielo, de modo que el ascenso de los terrenos es un fenómeno más común que en los siglos previos al inicio de la Revolución Industrial”, añaden.

Rollins explica que la elevación de la tierra firme tiene dos componentes. Está por un lado lo que los expertos llaman el “efecto elástico”, que ocurre cuando el suelo vuelve a levantarse de forma relativamente inmediata después de que desaparezca una masa de hielo que lo estaba presionando hacia abajo con su peso. Por otro lado, está el denominado “efecto del manto” terrestre, que tiempo después, vuelve a fluir hacia arriba en esa zona, a raíz de haberse desocupado un espacio.

Los investigadores han hallado una relación entre el movimiento expansivo del manto y los grandes terremotos que se registran en el sudeste de Alaska, donde los glaciares llevan más de 200 años derritiéndose. El sur de Alaska se encuentra en el límite entre la placa continental norteamericana y la placa del Pacífico. Esas placas se mueven una contra la otra a una velocidad de aproximadamente cinco centímetros por año, lo que provoca frecuentes terremotos.

La desaparición de los glaciares provoca que el suelo del sudeste de Alaska se eleve unos 2,5 centímetros por año. Rollinsy su equipo ejecutaron simulaciones con modelos del movimiento del suelo y de la pérdida de hielo desde 1770, y encontraron “una sutil pero inequívoca correlación entre los terremotos y el ascenso del suelo por la desaparición de hielo”.

Cuando los investigadores combinaron sus mapas de pérdida de hielo y tensión de cizallamiento con los registros sísmicos desde 1920 hasta la actualidad, descubrieron que la mayoría de los grandes terremotos tenían relación con la tensión del ascenso del suelo. Y la mayor tensión provocada por la pérdida de hielo se produjo, precisamente, cerca del epicentro exacto del terremoto de 1958 que causó el megatsunami de la bahía de Lituya.

Así que, aunque el deshielo de los glaciares no es la causa directa de los terremotos, los especialistas han concluido que sí parece “bastante evidente” que influye “tanto en el lugar como en el momento y la gravedad de los movimientos sísmicos”.

En el apartado de conclusiones, el informe recoge que el ajuste isostático glacial (GIA por sus siglas en inglés) impulsado por la rápida pérdida de hielo registrada durante el siglo XIX en la Bahía de los Glaciares, afectó a la falla tectónica situada justo en el epicentro del terremoto de 1958, y quizá determinó la fecha en que ocurrió y sus características”.

“Si bien es muy probable que la carga tectónica rápida sea el principal impulsor de la tensión de falla y los terremotos en esta región, nuestros hallazgos sugieren que la GIA también puede afectarlos”, apuntan los científicos. Esta conclusión coincide con estudios anteriores, que apuntaron a que la carga de hielo puede influir en la sismicidad.

Así que, tanto el terremoto, y por consiguiente el megatsunami de 1958, como otros eventos también pueden haber sido favorecidos por el deshielo y por la transferencia de tensión estática de movimientos sísmicos anteriores, que desempeñan “papeles no despreciables en la aparición de terremotos en el sureste de Alaska y quizás en escenarios similares en otros lugares”, concluye el informe.

Artículo de referencia (en inglés): https://agupubs.onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1029/2020JB020411

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Ramón Díaz

Ramón Díaz Alonso (Llanes, Asturias; 1962). Trabaja desde 1990 en La Nueva España, primero como corresponsal en la comarca oriental de Asturias, después como responsable de la edición del oriente de Asturias y desde 2017 en la sección de Asturias, especializado en información política, de infraestructuras y ambiental. Colabora desde enero de 2021 con Verde y Azul, el canal de medio ambiente de Prensa Ibérica y Grupo Zeta. Es coautor de varias publicaciones de la Asociación Asturiana de Periodistas y Escritores de Turismo (ASPET).

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